Barak
Obama y sus secuaces de Inglaterra y Francia, seguidos por Turquía y las
petro-monarquías del Golfo y respaldados por Israel, tienen todo listo para
atacar a Siria. Su vicepresidente, John Kerry, ha declarado que “las pruebas de
Naciones Unidas son importantes, pero no necesarias para nosotros”. El ministro
de relaciones británico, William Hague ya había adelantado esa burda
justificación señalando que “hay un clamor legítimo, y para ejecutarlo no es
necesario contar con el Consejo de Seguridad”. Antes de ellos el presidente de
Francia, François Hollande, se había unido al “clamor” reclamando la
intervención armada en Siria.
En
consecuencia la canalla de la OTAN, en complicidad con los regímenes más
reaccionarios de Oriente Medio, se dispone a consumar la misma hazaña que años
atrás realizó en Yugoslavia, Irak, Afganistán y Libia.
¿Qué
consistencia tienen las acusaciones contra el gobierno del presidente Al Assad,
acusado de utilizar armas químicas contra sus opositores? La arrogante declaración
de que para atacar a Siria no son necesarias las supuestas pruebas que
investigan los inspectores de Naciones Unidas, son la evidencia del cinismo con
que el imperialismo declara su derecho exclusivo a juzgar moralmente y
sancionar militarmente toda desviación del orden mundial establecido. Ese
derecho ha sido reconocido monocordemente, una vez más, por las agencias
informativas y la gran prensa de los países imperialistas, y hecho suyo con
toda naturaleza por el periodismo domesticado de la periferia. En este punto
confluye, asimismo, un sector colonizado de la izquierda, que asegura ver en
Siria la “revolución” que anteriormente había proclamado en Libia, cuando las
bombas de la OTAN destruían el país y sumían a la población en el horror y la tragedia.
Sin
embargo, los interrogantes que la prensa canalla no se formula siguen ahí. ¿Por
qué el régimen de Al Asaad decidió utilizar armas químicas justo en el momento
en que los inspectores de la ONU estaban por arribar al país para investigar
una acusación similar que el gobierno había lanzado contra los rebeldes, y que
Carla del Ponte, integrante de la comisión de Naciones Unidas que investiga
crímenes de guerra, había convalidado, asegurando disponer de testimonios de la
utilización de gas sarin en marzo pasado, no por el gobierno, sino por sus
opositores? ¿Por qué el Ejército sirio hizo uso de armamento prohibido cuando
tras la intervención de las milicias de Hezbollah y el refuerzo del apoyo
iraní, habían inclinado a su favor el balance bélico del conflicto? ¿Por qué
apelar a armas químicas, que precipitarían la condena mundial, si tenía a su
disposición un margen de poderío aéreo sin utilizar, más efectivo que esa
armas?
Nada
de esto constituye interrogantes válidos para Al Arabiya, agencia creada por la
familia real saudí, origen de la información sobre el número de muertos,
multiplicados luego por USA Today y por la cadena de Murdoch y, desde luego,
“confirmada” por los pulpos informativos en todo el mundo.
En
Siria se está librando una guerra que excede con mucho la calificación de
guerra civil, y cuya naturaleza está determinada por una marcada intervención
extranjera. Tiempo atrás el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, desmintió
a la prensa imperialista asegurando que en Siria no se estaba librando un
conflicto entre democracia y dictadura, sino una “guerra civil” entre grupos
sectarios, pronosticando que su resultado sería la fragmentación del país. La
verdad es que en Siria, además del Ejército Libre de Siria, hay más de 6000
combatientes jihadistas extranjeros, cuyo núcleo duro está constituido por el
frente al-Nusra, asociado a Al Qaida, apoyado con fondos y armas por Turquía,
Arabia Saudita y Qatar, detrás de cuyos regímenes están Washington, Londres y
París.
El
propósito del bloque de países imperialistas y de sus socios regionales es el
derrocamiento del gobierno de Al Assad y la liquidación de todo vestigio de
soberanía nacional, incluso al precio de generar una situación incontrolable
como en Libia. Desde una perspectiva más general, la ofensiva apunta a la
destrucción del eje Siria-Irán-Hezbollah, línea antiimperialista de importancia
decisiva para el sostenimiento de un equilibrio altamente inestable en la
región, tras la crisis y el golpe de Estado en Egipto.
En el
fondo, ha sido la imposibilidad del Ejército Libre Sirio y de los terroristas
asociados a Al Qaida, de imponerse en el campo de batalla, lo que ha decidido
al imperialismo norteamericano a intervenir en Siria. La autoridad moral del
gobierno de Obama para justificar esa intervención vale tanto como la de los
terroristas a los que da respaldo para derrocar al régimen sirio. Su país ha
utilizado armas químicas en Vietnam y en Faluya (Irak); su agencia de
inteligencia ha practicado el secuestro y la tortura en gran escala; su
gobierno preside un Estado policial que controla las comunicaciones de sus
ciudadanos y las de ciudadanos de otros países; como presidente tiene la
facultad (y la ha ejercido) de practicar asesinatos selectivos en su país y fuera
de él, presentados como acciones antiterroristas, sin juicio alguno.
Sólo
revistiéndose de la más infame hipocresía gobiernos como los de Obama, Hollande
o Cameron pueden hablar de “líneas rojas” o de “intervenciones humanitarias”.
Sus dichos y sus acciones son la manifestación palpable de un capitalismo cada
vez más voraz y destructivo. Su deriva imperialista y militarista ha colocado a
los trabajadores y las grandes masas explotadas ante el mayor desafío que les
ha tocado enfrentar. Una vez más, como señaló Rosa Luxemburgo en 1915, en plena
guerra imperialista: Socialismo o Barbarie es la alternativa en la que se
decide el futuro de la humanidad.
Socialismo
Latinoamericano
Agosto 28, 2013
Agosto 28, 2013